Pocas deben ser las piedras de esta Sierra que no hayan sido pisoteadas por las pezuñas de las cabras, considerando que durante más de siglo y medio muchas pastorías se han refugiado y alimentado en la Sierra del Hospital.
La sierra da y la sierra recibe
Cientos de bocas de ganado cabrío han ramoneado las rebollas, madroñas y arbustos de sus laderas; y el mismo número de estómagos han procesado la materia vegetal; y el mismo número de intestinos han expulsado y esparcido miles y millones de cagarrutas, abonando el pedregoso suelo; mientras, las preñadas hembras han gestado sus crías subiendo y bajando por sus empinadas y costosas laderas.
Antaño, un buen puñado de pastorías realizaban la trashumancia veraniega a la sierra buscando la frescura de las gargantas y las verdes hierbas de sus laderas, tras haber agotado los pastos primaverales y los campos de cereales. Hoy en día, solamente un par de ellas mantienen esta ancestral forma de pastoreo, iniciada en el mes de julio y alargada hasta principios de octubre, periodo en que las ubres quedan enjutas mientras crece la preñadura.
Octubre es el mes de la paridera
Un año más, al regresar a los corrales comienza la paridera, comienza a nacer el fruto gestado en la sierra. Los pequeños cabritillos rompen la bolsa maternal asomando sus diminutas pezuñas delanteras y su hocico en busca de la vida, tambaleantes y raudos a tomar esos primeros calostros, necesarios para sobrevivir en los primeros días de su existencia, que quizá un día les encamine a recorrer y respingar por los pedregales de la Sierra que los crío.
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