La inmensidad de las pedreras que se descuelgan desde los altos riscos por las laderas de las sierras, formadas por piedras de cuarcita armoricana, rompen la monotonía y hacen más atractivos los paisajes serranos, impregnando de gran personalidad y dureza a unas serranías tan erosionadas como longevas, geológicamente consideradas las más arcaicas de la península. Esta acusada erosión es la causante de la proliferación de pedreras en ambos costados de cada sierra.
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Aunque las pedreras están formadas por acumulaciones de piedras, que pueden ser de mayor o menor tamaño, y no dejan de ser materia inerte cubriendo grandes extensiones de terreno no aprovechable, son de gran utilidad para los ciclos vitales de la fauna y la flora, puesto que contribuyen en gran medida a mantener la riqueza natural de la comarca. El fundamento de este razonamiento radica en que, la gran cantidad de terreno pedregoso contribuye al filtrado de las aguas de lluvia, facilitando la acumulación de agua en el interior de los manantiales que, más tarde, y monte abajo, brotará para alimentar y dar vida a las diversas especies animales y vegetales que pueblan estos montes.
En épocas de lluvia intensa, se produce un curioso y sonoro fenómeno en las grandes pedreras. Cuando el agua corre por su interior, en ocasiones a varios metros de profundidad, el sonido del agua se puede oír claramente desde el exterior, y al acercar el oído se multiplica el murmullo del agua propagado a través de las piedras, que los lugareños denominan ‘cocer las pedreras’, por ser un sonido similar al producido por el agua al cocer. Cuando ‘cuecen las pedreras’, los agricultores y ganaderos consideran que ya ha llovido suficiente para que la tierra esté bien empapada y repleta de la fuente de vida que hará germinar las semillas, crecer las cosechas y abrevar a los animales, ya sean semillas, cosechas y animales domésticos o silvestres.
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