martes, 29 de marzo de 2011

Reproducción sexual de los durazneros

Cuando arranca la primavera, determinados árboles frutales se apresuran a florecer si han podido aprovechar alguno de los templados días invernales para ir engordando las yemas de sus ramas, dispuestas a reventar y brotar en cuanto el sol y las temperaturas les sean favorables. Se apresuran a florecer porque se tienen que reproducir, para luego fructificar, y sólo disponen de un corto periodo de tiempo con unas condiciones apropiadas antes de que les broten las hojas, necesarias para realizar la fotosíntesis y el árbol pueda nutrirse y, a la vez, liberar el preciado oxigeno a la atmósfera.   
Sin duda, las flores son las partes más vistosas y llamativas de plantas y árboles, ya que constituyen y contienen sus aparatos reproductores, aunque, en realidad, son hojas modificadas y diseñadas para reproducirse.
    
A la hora de reproducirse, los árboles utilizan un sistema similar al de los humanos, me refiero a la historia esa de que papá pone una semillita en el vientre de mamá, etc,etc… Pues los árboles van y usan el mismo método. La única diferencia es que nos aventajan en tener los órganos sexuales masculinos y femeninos muy juntitos, dentro de la flor, excepto en ciertos casos que aparecen separados en flores femeninas y masculinas. Y sólo tienen que esperar que algún alma caritativa, ya que ellas por si solas no pueden, ayude a que la semillita se coloque en su sitio. Esta tarea suele ser obra del viento o de los insectos, lo polinizadores por excelencia. Resulta paradójico que las plantas copien a los humanos con lo de la semillita y los humanos copiemos a las plantas recibiendo ayuda, como en el caso de la inseminación artificial. ¡Hay que ver, cuánto hemos aprendido de la naturaleza! y ¡cuánto tendremos que aprender aún!
 

La polinización no es ni más ni menos que el proceso de reproducción sexual de la planta y da origen a otras dos partes de la planta: la semilla y el fruto. Pueden ser muchos los insectos y muchos los vientos que contribuyan a la polinización, pero quizá el más eficiente polinizador sea la hacendosa abeja, especialmente en el caso de los frutales. Si bien es cierto que la abeja se lleva el polen de las flores porque lo necesita para alimentarse, también es cierto que no se lo lleva de balde porque realiza un buen trabajo contribuyendo a la reproducción de árboles y plantas.
                  
En esta imagen de flores de melocotonero (¡qué pena que se vayan perdiendo los términos durazno y duraznero!) vemos con detalle las partes masculinas de la flor, que son esos filamentos llamados estambres rematados con una bolsita cargada de polen, denominada antera. También se aprecia el estilo en forma de tubito amarillento, que forma parte del pistilo, el órgano femenino, alojado en el centro de la flor.
Las incansables abejas vuelan de flor en flor recogiendo polen que acumulan formando bolitas pegadas a sus patas para transportar a la colmena. Y en su constantes idas y venidas de unas flores a otras, y con sus trajines entre los estambres, el polen ("esperma masculino") se pega a las patas, mandíbulas, alas y pelillos de su cuerpo, y al rozar con el pegajoso estigma el polen queda en la boca del estilo, tubito por el que los granitos de polen descienden hasta el ovario para fecundar al óvulo (célula femenina) fertilizándolo. El óvulo fertilizado se convierte en semilla y el ovario "maduro" en el fruto.
Visto así, podemos deducir que las abejas actúan de una forma parecida, en el proceso de reproducción de las flores, a como lo hace el papá en el caso de la reproducción humana, colocando la semillita...

miércoles, 23 de marzo de 2011

Brezos y romeros

Los brezos, llamados en el lugar berezos, son tan abundantes como las jaras, con las que se disputan cada palmo de terreno, contribuyendo ambas plantas a mantener siempre verde todos los montes de la comarca. Existen varias clases de brezo, el brezo colorado, el brezo blanco, la quiruela o quirola y la mogariza. Predomina el brezo colorado que es el más tempranero en florecer, sin aguardar la finalización del invierno, y, antes de que éste termine ya está coloreando con sus rosadas flores cualquier rincón de estas serranías, desde los terrenos más bajos hasta los altos collados de la sierra. El brezo blanco es algo más tardío y menos abundante porque necesita terrenos más frescos y humbrosos, pero quizá más vistoso por su gran cantidad de florecillas blancas que penden de sus alargadas ramas. La planta de la quiruela o quirola es más pequeña que sus hermanas, no llegando a superar el metro de altura, y se caracteriza por un color más morado e intenso que el del brezo colorado, pudiendo florecer tanto en primavera como a principios del otoño. Por contra, la mogariza deja su periodo de floración para el otoño.




Brezos blancos 


Curioso contraste el mostrado en esta imagen, con los brezos colorados agrupados en la ladera de la izquierda, mientras los brezos blancos destacan en la ladera derecha.


    Brezos colorados


El aromático romero acompaña en la floración a los berezos a finales de invierno e inicios de la primavera, con sus florecillas levemente azuladas que se agrupan en los nudos al final de las ramas, y son fuente de alimento para las laboriosas abejas que inician el crecimiento de sus colmenas con la llegada de las temperaturas benignas. A la vez que realizan la importante tarea de la polinización.
  

   

lunes, 14 de marzo de 2011

Floración invernal de los alisos

Un puñado de chopos asoman sus desnudas copas en la parte inferior de esta imagen enteramente ocupada por las ramificaciones deshojadas de los quejigos que se alzan y contrastan en el cielo invernal, gris, frío y nublado de los primeros días de marzo.

Si los chopos son de los primeros en colorear los inicios del otoño, los quejigos son de los últimos en mostrar los tintes otoñales en sus hojas. Unos y otros aún andan adormilados para combatir el frío invernal, con su savia aguardando la llegada de temperaturas más benignas para despertar.
Mientras chopos, quejigos y la mayoría de los caducifolios dedican el final del otoño a dejar caer sus hojas, los alisos, árboles de ribera inseparables de los cursos fluviales, comienzan a producir sus flores.


Desafiando las bajas temperaturas, los alisos van desarrollando los amentos masculinos agrupando sus flores en forma de espigas colgantes y alargadas, y, por separado, las flores femeninas se agrupan formando unas piñitas más pequeñitas donde creceran los frutos tras la polinización. Los amentos masculinos y femeninos permanecen cerrados gran parte del invierno, pero antes de que éste concluya comienzan a polinizarse sin esperar la llegada de la primavera.
 
Detalle de los amentos masculinos, más grandes y alargados que los femeninos que aparecen en segundo plano con un color verde claro. En la imagen de laizquierda se ven las piñítas leñosas de color más oscuro que fructificaron la temporada anterior, aún pendientes de la rama, y se destacan los brotes de las hojas muy adelantadas y a punto de desplegarse.

El aliso es un árbol que puede llegar a medir 25 o 30 metros de altura y sobrepasar el siglo de edad. Es un árbol de ribera que soporta bien el frio y el calor, pero no es capaz de vivir alejado del agua. Puede habitar enraizado en las riberas de ríos y lagos desde el nivel del mar hasta los 1.700 metros de altitud. El tronco suele ser recto y rollizo con la corteza lisa verde grisácea que con los años se resquebraja y oscurece. Los alisos están tan unidos al agua que desde cualquier punto elevado es fácil adivinar por donde transcurren los cursos de los arroyos, siguiendo con la mirada las serpenteantes hileras de alisos por las hondonadas y preturas. Crecen en la misma orilla del agua, con sus retorcidas raíces al descubierto por el efecto de la erosión,  las cuales contribuyen a fijar el terreno evitando un desgaste mayor. En algunos lugares como Los Horcones, podemos encontrar ejemplares de alisos centenarios con gruesos troncos de hasta un metro de diámetro.
          
Aspecto invernal de ramas de aliso, y tronco se Aliso centenario en el lugar de Los Horcones.

martes, 8 de marzo de 2011

Manchada de nieve

El crudo invierno trae esporádicas nevadas, unas más ligeras otras más pesadas,  algunas son copiosas otras muy heladas, y me manchan de blanco durante unas jornadas.  No importa que la nieve me manche riscos,  pedreras y laderas.  ¡Aunque se vea mucho!,  ni es mancha sucia ni perjudica,  es una mancha buena,  se diluye sola y, a la larga, beneficia.
No recuerdo bien si han sido 5 o 6 nevadas las acontecidas en la temporada invernal que ya finaliza, ¡que la memoria me falla!, ya que mis riscos están muy cascados, agrietados y desmoronados, ¡cosas de la edad! 
Aquí os dejo algunas imágenes manchada por la nevada del 3 de diciembre pasado, de hace unos pocos meses que para mí no son nada… 
La Sierra del Hospital
   
Panorámica de la sierra del Hospital nevada, vista desde Navatrasierra

La Hoya de Los Cervales, delimitada por el pico del Telégrafo y el pico Cervales
          
 El cerro Carbonero manchado de blanco

 Parte central de la Hoya de los Chorros

 Vista de los riscos de Linarejos nevados

 
Imagen con el valle del Hospital al fondo, y  la puerta de los Lobos en el centro.

 Panorámica de la sierra de La Palomera



miércoles, 2 de marzo de 2011

Salpicaduras heladas

Un incesante chorrito de agua golpetea  contra la peña mientras las bajas temperaturas acechan en el ambiente. En su caída, las gotas de agua chocan y se rompen, saltan despedidas y salpican hacía todos lados. Y al contacto  con las zarzas y las hierbas,  o las lanchas y piedras disgregadas por el suelo, las gotitas de agua se solidifican, se quedan heladas.  Con este continúo salpicar, y con temperaturas muy cercanas a los cero grados centígrados, estos curiosos carámbanos aumentan de grosor colgados de las zarzas o adheridos a las hierbas. Impresionante resultado para un proceso tan simple.