“desde el testuz hasta el rabo, todo es
bueno en el marrano”.
Otras veces…, y siguiendo la tradición, los muchachos rematábamos
las matanzas asando el testuz en pandilla, al aire libre, en algún lugar de los
alrededores del pueblo (los lugares más apropiados en Navatrasierra eran “El
Cerrillo” y “Los Corrales”).
El testuz se cortaba y reservaba para los muchachos que participaban en la matanza. ¿Por donde quereis que le corte? voceaba el que troceaba y aviaba la cabeza …más arriba. ¡por los ojos!, contestaban los muchachos.
El testuz era el premio y una forma de contentar a los muchachos, o quizá, también, de alejarlos para que no estorbaran en las últimas faenas de la matanza al caer la tarde.Con el testuz en sus manos, los muchachos se iban a un lugar retirado provistos de cerillas, sal, navaja “escarnaora” y una vara para ensartar el testuz, y poder acercarlo a las llamas de la lumbre.
Cuando estaba requemado por fuera, procedían a descarnarlo sobre la lancha “escarnaora”, separando de los huesos las tres partes comestibles: las “magras”, el “cielo la boca” y la “ternilla”.
Se salaban y asaban sobre las brasas, resultando bocados exquisitos cuando estaban bien asados.
En
cada grupo de muchachos, según la edad o la experiencia, cada uno se pedía
hacer una determinada función: uno se encargaba de encender la lumbre, otro de
poner el testuz a las llamas, otro descarnaba, y el más espabilado solía hacer
las partes para repartir a todos su pequeña porción, puestos en fila de acuerdo
con la tarea realizada, mientras alguno se pedía rebañar el hueso, y otro el
hocico.
Y ¡quien
reparte, reparte, se lleva la mejor parte!